La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) es un tipo de terapia que se engloba dentro de las denominadas terapias de tercera generación, que surgieron entre los años 80 y 90 en Estados Unidos y forman parte de los modelos terapéuticos conductuales y cognitivos.

Mientras las terapias de primera y segunda generación se centraban y (centran) en combatir los pensamientos automáticos o causantes de malestar y sustituirlos por otros supuestamente más adaptativos, las terapias de tercera generación ponen énfasis en el diálogo y el contexto funcional y buscan la aceptación y la actitud no enjuiciadora como manera de encontrar el bienestar.

Qué son las terapias de primera y segunda generación

Las terapias de la tercera generación o la tercera ola pertenecen a las terapias de conducta. Para entender qué son estas terapias, primero hablaré de las terapias de primera y segunda generación.

Las terapias de primera generación (años 60) son las terapias que nacieron con el objetivo de superar las limitaciones de la terapia psicoanalítica, dominante en esa época. Al hablar de terapias de primera generación estamos hablando del Condicionamiento Clásico de Watson y el Condicionamiento Operante de Skinner. Este tipo de terapias tuvieron su utilidad para tratar, por ejemplo, miedos o fobias, y se basaban en los principios del condicionamiento y el aprendizaje.

Sin embargo, ni el modelo de aprendizaje asociacionista y el paradigma estímulo-respuesta característico de Watson, ni tan siquiera el avance experimental de Skinner fueron eficaces en el tratamiento de determinados problemas psicológicos que presentaban algunas personas. Entonces, surgieron las terapias de segunda generación (años 70), que son, principalmente, las Terapias Cognitivo-Conductuales (TCC) como, por ejemplo, la Terapia Racional Emotiva (TREC) de Albert Ellis y la Terapia Cognitiva de Aaron Beck, que consideran el pensamiento o la cognición como causa principal de la conducta humana y, por tanto, de los trastornos psicológicos.

No obstante, la segunda ola de terapias de conducta continuaba (y continúa) utilizando técnicas y procedimientos de la primera generación y, por ende, se centran en la modificación, eliminación, evitación y, en definitiva, la alteración de los eventos privados (pensamientos, creencias, emociones, sentimientos e incluso las propias sensaciones corporales).

En otras palabras, estas formas de terapia giran en torno a la idea de que si el motivo de la conducta es el evento privado, éste se ha de modificar para poder cambiar la conducta. Esta premisa está ampliamente aceptada hoy en día, lo que, en la actualidad, trae como consecuencia lo que se establece socialmente como conducta normal y correcta o bien como enfermedad mental. Algo que encaja perfectamente con un modelo médico-psiquiátrico e, incluso, farmacológico.

Qué caracteriza a las terapias de tercera generación

Las terapias de tercera generación surgieron en los años 90, y se diferencian de estas últimas porque enfocan los trastornos desde una perspectiva contextualista, funcional, y su principal objetivo no es reducir los síntomas que presenta el paciente, sino educarle y reorientar su vida de una manera más holística. Tienen su base en la idea de que lo provoca malestar o ansiedad no son los eventos, sino cómo vinculamos las emociones a éstos y cómo nos relacionamos con los mismos. No se trata de evitar lo que nos causa sufrimiento, porque esto puede tener un efecto rebote (como muchas investigaciones indican), sino que la situación ideal es la aceptar nuestra propia experiencia mental y psicológica, y así reducimos la intensidad de los síntomas.

A veces puede ser extraño trabajar en este tipo de terapias, que invitan a la persona a ver, gracias a distintas técnicas (ejercicios experienciales, metáforas, paradojas, etc), que lo que está social o culturalmente aceptado le causa un intento de control sobre sus eventos privados que de por sí es problemático. Este control no es la solución, sino que es el causante del problema.

La importancia del contextualismo funcional

Un aspecto a destacar de las terapias de tercera generación es que se fundamentan en un perspectiva funcional y contextual de las patologías, lo que recibe el nombre contextualismo funcional. Es decir, se analiza el comportamiento del individuo desde el contexto en el que ocurre, porque si se descontextualiza, entonces no es posible descubrir su funcionalidad.

Por un lado, interesa saber cómo se relaciona la persona con el contexto de acuerdo con su historia y las circunstancias actuales, siempre teniendo en cuenta la conducta verbal y la clarificación de valores. La conducta verbal es lo que el paciente se dice a sí mismo y a los demás, pero no es importante por el contenido sino por su función. Un paciente puede decir que se siente acomplejado y que tiene mucha vergüenza cuando tiene que hablar en público. Lo importante no es saber si siente vergüenza o está acomplejado, el objetivo es saber si esta manera de pensar le está haciendo bien o si le perjudica.

Además, en las terapias de tercera generación no se distingue la conducta observable y la privada, pues esta última también se valora desde la funcionalidad.

Terapia de Aceptación y Compromiso

Sin lugar a dudas, una de las terapias de tercera generación más conocidas es la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), que tiene como objetivo el crear una vida rica y significativa para el paciente, aceptando el dolor que inevitablemente viene con ella.

La ACT se presenta como una alternativa a la psicología tradicional y es un modelo de psicoterapia que está respaldado científicamente y que utiliza distintas técnicas: paradojas, ejercicios experimentales, metáforas, trabajo con valores personales e incluso el entrenamiento mindfulness. Tiene sus bases en la Teoría del Marco Relacional (RFT), por lo que se encuadra en nueva teoría del lenguaje y la cognición.

El lenguaje humano puede transformarnos, pero también crear el sufrimiento psicológico. Por eso es necesario trabajar con los significados del lenguaje, sus funciones y su relación con los eventos privados (emociones, pensamientos, recuerdos…). Además, el autodescubrimiento y la clarificación de valores son elementos imprescindibles en este tipo de terapia, en la que el paciente debe preguntarse y cuestionarse qué clase de persona quiere ser, qué es lo verdaderamente valioso en su vida y desde qué creencias y valores actua.

Compromiso con nuestros valores

Si miramos a nuestro alrededor, parece claro que gran parte de nuestro sufrimiento viene determinado por nuestras creencias de lo que está bien o está mal, creencias que son aprendidas culturalmente y que vienen fundamentadas por los valores que promueve la sociedad occidental. Mientras que la mayoría de terapias ven el sufrimiento como algo anormal, la ACT entiende que el sufrimiento es parte de la vida misma. Por eso se dice que la ACT cuestiona la ideología social y lo modelos de normalidad saludable, en el que la felicidad se entiende como la ausencia de dolor, ansiedad o preocupaciones.

ACT, que en inglés quiere decir “actuar”, hace hincapié en tomar acciones efectivas guiadas por nuestros valores más profundos, en las que estamos totalmente presentes y comprometidos.

Principios de este tipo de terapia

La ACT emplea algunos principios que permiten que los pacientes desarrollen la flexibilidad mental necesaria para mejorar su bienestar emocional.

Son estos seis:

1. Aceptación

La aceptación significa reconocer y aprobar nuestra experiencia emocional, nuestros pensamientos o nuestros sentimientos. Tiene que ver con tratarnos con cariño y compasión a pesar de no ser perfectos. No debemos luchar contra nuestros eventos privados ni huir de ellos.

En realidad, la aceptación de la situación presente contribuye a que muchos de los aspectos de nuestra vida que percibimos como problemas dejen de serlo, disminuyendo así el nivel de ansiedad y los factores de malestar asociados a este.

2. Defusión cognitiva

Se trata de observar nuestros pensamientos y cogniciones como lo que son, trozos de lenguaje, palabras, imágenes, etc. Simplemente, observar y dejar ir sin juzgarlos. De este modo se adopta una visión distanciada y más racional de las cosas.

3. Experiencia presente

El presente es el único momento que podemos vivir. El estar en el aquí y el ahora con una mentalidad abierta y la conciencia plena, participando totalmente con la atención debida a lo que está ocurriendo en nosotros y nuestro alrededor es la clave de nuestro bienestar.

4. El “Yo observador”

Significa desprenderse del yo conceptualizado, es decir, del apego hacia nuestras propias narraciones. Desde la perspectiva del yo como observador vemos las cosas desde un punto de vista no enjuiciador.

5. Claridad de valores

La ACT exige un trabajo de autoconocimiento que permite clarificar nuestros valores desde lo más profundo del alma. ¿Qué es lo verdaderamente valioso para nosotros? ¿Dónde queremos estar o ir en realidad? Estas son algunas de las preguntas a las que hay que responder. Eso sí, siempre con honestidad.

6. Acción comprometida

La dirección que seguimos siempre debe estar determinada por nuestras propios valores y no por las imposiciones sociales. Hay que involucrarse en acciones significativas para nosotros mismos. De este modo somos mucho más propensos a comprometernos con nuestros proyectos y hacer que progresen al ritmo que queremos.

Referencias bibliográficas:

  • Hayes, S.C. (2004). Acceptance and commitment therapy, relational frame theory, and the third wave of behavioral and cognitive therapies. Behavior therapy, 35, 639-665.
  • Luciano, M.C. y Valdivia, M.S. (2006). La terapia de aceptación y compromiso (ACT).Fundamentos, características y evidencia. Papeles del Psicólogo, 27, 79-91.